El sol empieza a iluminar mi mañana, prefiero mirarte a ti. Aún no puedo ver con claridad, pues parece que el astro rey está tímido hoy. Es una pena que no tengas luz propia, pero aún te puedo ver bien. Aún estás libre y...y, ¡caramba! ni siquiera puedes expresarte, aunque quizá sí te expresas, pero yo no te entiendo. Tampoco lo entendí a él, o tal vez él no pudo expresarse. Anoche brillabas, alumbrabas mi camino, ¿él brilló alguna vez?, sí, a veces me pregunto lo mismo, pero sí alumbró mi camino, o mas bien alumbró su camino y yo iba pasando por ahí. La verdad es que al igual que tú, él no tenía luz propia, nunca pudo brillar por sí mismo, pero eso no me importó, nunca se lo reproché.
Empiezas a desvanecerte, te pierdes entre las nubes. Esperaré hasta la noche. Y es que anhelo verte, aunque es mejor verte de mañana, verte cuando ya te vas. Lo mejor de verte ir es saber que volverás, no tienes opción. Sin embargo, él sí tuvo opción y, una vez más, eligió mal, se fue prometiendo no volver.
Pero tú, tú siempre volverás, redonda, y tan blanca o amarilla, como quieras vestirte. ¡Te veo más tarde, luna!
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