No sé qué hago buscándote, si en verdad no quiero hallarte. Siento que estás y no quiero perderte, pero de verdad…no quiero hallarte.
Quiero llamarte, mas no lo hago; quiero que tú llames, pero ¡¿por qué lo haces?!
Anhelo verte, mirar tu rostro y aplanar calles mientras me cuentas más de ti, más de tu trabajo, más de tus metas, más de todo tú.
Tus cartas las espero con ansias y cuando escucho al cartero, salgo corriendo, pero mi corazón se desmorona cuando, entre los sobres, no encuentro tu estampita de colores y la tranquilidad vuelve a mí, y me pregunto, ¿por qué las ansias de leer tu carta?, si en verdad ¡no quiero hallarte!
Parece que me esperas, creo que quiero esperarte; mientras tanto charlaremos y juntos llegaremos a la conclusión que, sin querer, ambos nos hallamos.
jueves, 30 de abril de 2009
martes, 21 de abril de 2009
¿Hurto?
Íbamos buscando una persona para un trabajo de investigación de la universidad. En su dirección decía Moche. Llegamos a la comisaría del distrito, “ahí deben tener un mapa”, dijo Leydi.
- La calle Sánchez Carrión, ¿sabe dónde queda? – pregunté al policía después de percatarnos que no había mapa alguno.
- Espere un momento – nos dijo, y salió de la oficina.
Regresó en un rato:
- Aquí en Moche, no. En Alto Moche, que queda a diez minutos de acá, en el tercer o cuarto paradero.
Nos subimos a la combi, donde le preguntamos al cobrador por la calle:
- En Alto Moche no. En Miramar, que está pasando Alto Moche. Sí voy por ahí. Suban.
Leydi y yo nos miramos las caras y después de encogernos de hombros, nos subimos.
Ya en la combi preguntamos a una señora:
- Yo voy por ahí, queda cerca al mercado - dijo la señora amablemente.
- Entonces, nos bajamos con la señora – le dije a Leydi.
El tiempo transcurría y escuchábamos lo que comentaban las señoras, hablando de la zona a donde íbamos: “antes era peor”, “los choros ya no son tan atrevidos”. Leydi y yo nos mirábamos, ambas muy nerviosas.
- Ésta es la Sánchez Carrión – dijo el cobrador.
Sí había casas, pero era todo puro arenal y la pista parecía algo improvisada.
- No, ésta no es – interrumpió la señora.
- Sí, es ésta – insistía el cobrador. Pregúntale al “pata” que está ahí sentado.
“El cobrador, seguro, conoce más” – pensamos a coro con Leydi. Y nos bajamos.
El “pata” que estaba sentado nos indicó que ésa no era la calle.
- Yo las voy a embarcar en una combi y ustedes se van con toda confianza.
Pero, ¿tienen algo de valor?
- No – dijo Leydi, que en su mochila tenía la filmadora y en su bolsillo abultado, el celular.
- No – repetí yo, que en mi mochila tenía el celular y en mi bolsillo algo abultado, mi mp3 y mis audífonos que sobresalían por la parte superior de mi polo.
- Guarda tu celular, amiga – le dijo a Leydi.
- ¿Qué es eso? ¡Dame eso! – le escuché decir al “pata” – ¿es radio, mp3? – mientras señalaba mis audífonos o mi bolsillo, ya no lo sé.
- “¿Me está asaltando?” – pensé, mientras Leydi me miraba esperando mi respuesta.
Es un mp3 – le dije, después de pensarlo.
- Guárdalo – me dijo.
El “pata” sólo había preguntado ¿qué es eso?, nada más. Tal era mi nerviosismo, que yo había imaginado el ¡Dame eso!
- Uffff – pensé. ¿Esas combis van a Trujillo? – le preguntamos.
- Sí, pero ¿ya no van allá a…?
- No, regresaremos otro día.
Y nos marchamos con la promesa de no volver.
- La calle Sánchez Carrión, ¿sabe dónde queda? – pregunté al policía después de percatarnos que no había mapa alguno.
- Espere un momento – nos dijo, y salió de la oficina.
Regresó en un rato:
- Aquí en Moche, no. En Alto Moche, que queda a diez minutos de acá, en el tercer o cuarto paradero.
Nos subimos a la combi, donde le preguntamos al cobrador por la calle:
- En Alto Moche no. En Miramar, que está pasando Alto Moche. Sí voy por ahí. Suban.
Leydi y yo nos miramos las caras y después de encogernos de hombros, nos subimos.
Ya en la combi preguntamos a una señora:
- Yo voy por ahí, queda cerca al mercado - dijo la señora amablemente.
- Entonces, nos bajamos con la señora – le dije a Leydi.
El tiempo transcurría y escuchábamos lo que comentaban las señoras, hablando de la zona a donde íbamos: “antes era peor”, “los choros ya no son tan atrevidos”. Leydi y yo nos mirábamos, ambas muy nerviosas.
- Ésta es la Sánchez Carrión – dijo el cobrador.
Sí había casas, pero era todo puro arenal y la pista parecía algo improvisada.
- No, ésta no es – interrumpió la señora.
- Sí, es ésta – insistía el cobrador. Pregúntale al “pata” que está ahí sentado.
“El cobrador, seguro, conoce más” – pensamos a coro con Leydi. Y nos bajamos.
El “pata” que estaba sentado nos indicó que ésa no era la calle.
- Yo las voy a embarcar en una combi y ustedes se van con toda confianza.
Pero, ¿tienen algo de valor?
- No – dijo Leydi, que en su mochila tenía la filmadora y en su bolsillo abultado, el celular.
- No – repetí yo, que en mi mochila tenía el celular y en mi bolsillo algo abultado, mi mp3 y mis audífonos que sobresalían por la parte superior de mi polo.
- Guarda tu celular, amiga – le dijo a Leydi.
- ¿Qué es eso? ¡Dame eso! – le escuché decir al “pata” – ¿es radio, mp3? – mientras señalaba mis audífonos o mi bolsillo, ya no lo sé.
- “¿Me está asaltando?” – pensé, mientras Leydi me miraba esperando mi respuesta.
Es un mp3 – le dije, después de pensarlo.
- Guárdalo – me dijo.
El “pata” sólo había preguntado ¿qué es eso?, nada más. Tal era mi nerviosismo, que yo había imaginado el ¡Dame eso!
- Uffff – pensé. ¿Esas combis van a Trujillo? – le preguntamos.
- Sí, pero ¿ya no van allá a…?
- No, regresaremos otro día.
Y nos marchamos con la promesa de no volver.
viernes, 17 de abril de 2009
EL PATÍN COLOR ROSA
Un patín color rosa, talla 39, estilo zapatilla de emo y con una estrellita en el lado externo, y, además, zurdo.
Lo encontré muy solitario en un mercado, en la sección juguetes. En un rincón, semi-abandonado:
- Y ése, ¿cuánto vale?- le pregunté al vendedor.
- No está en venta por falta de compañía.
- ¿Y eso? ¿Qué pasó con su par?
- No se sabe, llegó así, solo, metido en su caja.
- Mmm…¡me lo llevo! – dije efusivamente.
- ¿Para qué querrías un solo patín y encima zurdo? Pero…si lo quieres…no hay problema, llévalo.
Le pagué el precio correspondiente y me fui a casa contenta con mi patín color rosa.
Me propuse buscarle compañía, y decidí publicar un anuncio en los clasificados del domingo: “se busca patín color rosa, talla 39, estilo zapatilla de emo y con una estrella en el lado externo, DEBE SER DIESTRO”.
Esperé días que alguien llamara. Pasaron semanas y…Sí, acertaron, hasta ahora no he llegado a encontrar el patín color rosa diestro. Me quedé con mi patín color rosa zurdo; pero su soledad y la mía se acompañaron.
Lo encontré muy solitario en un mercado, en la sección juguetes. En un rincón, semi-abandonado:
- Y ése, ¿cuánto vale?- le pregunté al vendedor.
- No está en venta por falta de compañía.
- ¿Y eso? ¿Qué pasó con su par?
- No se sabe, llegó así, solo, metido en su caja.
- Mmm…¡me lo llevo! – dije efusivamente.
- ¿Para qué querrías un solo patín y encima zurdo? Pero…si lo quieres…no hay problema, llévalo.
Le pagué el precio correspondiente y me fui a casa contenta con mi patín color rosa.
Me propuse buscarle compañía, y decidí publicar un anuncio en los clasificados del domingo: “se busca patín color rosa, talla 39, estilo zapatilla de emo y con una estrella en el lado externo, DEBE SER DIESTRO”.
Esperé días que alguien llamara. Pasaron semanas y…Sí, acertaron, hasta ahora no he llegado a encontrar el patín color rosa diestro. Me quedé con mi patín color rosa zurdo; pero su soledad y la mía se acompañaron.
domingo, 12 de abril de 2009
¿babel?
Las 9:30pm. En una plaza cualquiera, muy concurrida, de un distrito cualquiera de nuestro país.
En la banca de una esquina, tres lustrabotas se lamentan el hecho de que ya es tarde y no tuvieron mucho trabajo por ese día.
En la banca de la esquina oeste, cuatro sujetos, con actitud sospechosa, miran a cada persona que pasa, hombre o mujer, joven o anciano, chato o alto, lo único que importa es que parezca tener dinero, y cuando encuentran uno de éstos, lo siguen un tramo desapareciendo de la plaza, pasados unos minutos vuelven con algo en la mano fruto del sudor de sus manos. Y vuelven a la cacería.
En el monumento central (¡quién sabe de quién será la estatua ésa, y a quién le importa!), se encuentran dos enamorados, un anciano y una jovencita, dos amantes empedernidos. Él, un jubilado con una jugosa pensión. Ella, una joven algo humilde que satisface sus deseos. Se ven embobados, puede ser que de verdad se amen, con tantos tipos de amor que el hombre ha inventado, quién sabe…
En la banca del noroeste, se puede ver dos viejos amigos que se reencuentran después de años, conversando muy amenamente, y recordando los viejos tiempos, sus alegrías y tristezas, el tiempo de guerra, del terrorismo, y concuerdan con que el chino (rata) salvó a nuestro país de tanto mal.
En la banca del centro de la plaza está una señorita (hermosa, por cierto) con su tía, quien hace de vigilante, para que ningún tiburón se le acerque a la jovencita y quiera engatusarla; éste es el encargo que le dio su hermana antes de morir y dejar huérfana a la pequeña que ya no lo es tanto.
***************
La pareja de enamorados se pone de pie y camina junto a la banca de la esquina oeste, donde lo esperan cuatro sujetos que irán tras ellos, empezó la cacería. Pero los lustrabotas tratarán de detener a los enamorados para brindarle sus servicios, quizá a la jovencita, quizás al caballero, “un poco de betún y los dejo como nuevos, mi señor”. No, no, no queremos nada de eso, joven, gracias.
La tía se pone de pie, porque de pronto reconoció al caballero (el jubilado):
- ¿Cómo estás, Alberto?
- Muy bien, Mery, gracias.
A la señorita ya se le habían acercado los tiburones, y le ofrecían algunas rosas, recitándole lindos poemas de amor, pues quedaban como idiotas por su hermosura.
La tía recordó su misión, y espantando a los tiburones, le cogió del brazo a la señorita y la llevó a su lado. Le presentó a Alberto, “era un muy buen amigo de tu madre”.
Mientras que los dos amigos que se habían reencontrado después de años, ya estaban conversando muy amena y galantemente, con la enamorada de Alberto, quien la había dejado de lado, pues se avergonzó un poco cuando encontró a Mery, y le soltó la mano.Quizá la enamorada encuentre un mejor partido en alguno de estos amigos que de seguro no se avergonzarían, si les sucediera lo que le pasó a Alberto, quien miraba de reojo a la jovencita, mientras seguía conversando con Mery y la señorita hermosa.
En la banca de una esquina, tres lustrabotas se lamentan el hecho de que ya es tarde y no tuvieron mucho trabajo por ese día.
En la banca de la esquina oeste, cuatro sujetos, con actitud sospechosa, miran a cada persona que pasa, hombre o mujer, joven o anciano, chato o alto, lo único que importa es que parezca tener dinero, y cuando encuentran uno de éstos, lo siguen un tramo desapareciendo de la plaza, pasados unos minutos vuelven con algo en la mano fruto del sudor de sus manos. Y vuelven a la cacería.
En el monumento central (¡quién sabe de quién será la estatua ésa, y a quién le importa!), se encuentran dos enamorados, un anciano y una jovencita, dos amantes empedernidos. Él, un jubilado con una jugosa pensión. Ella, una joven algo humilde que satisface sus deseos. Se ven embobados, puede ser que de verdad se amen, con tantos tipos de amor que el hombre ha inventado, quién sabe…
En la banca del noroeste, se puede ver dos viejos amigos que se reencuentran después de años, conversando muy amenamente, y recordando los viejos tiempos, sus alegrías y tristezas, el tiempo de guerra, del terrorismo, y concuerdan con que el chino (rata) salvó a nuestro país de tanto mal.
En la banca del centro de la plaza está una señorita (hermosa, por cierto) con su tía, quien hace de vigilante, para que ningún tiburón se le acerque a la jovencita y quiera engatusarla; éste es el encargo que le dio su hermana antes de morir y dejar huérfana a la pequeña que ya no lo es tanto.
***************
La pareja de enamorados se pone de pie y camina junto a la banca de la esquina oeste, donde lo esperan cuatro sujetos que irán tras ellos, empezó la cacería. Pero los lustrabotas tratarán de detener a los enamorados para brindarle sus servicios, quizá a la jovencita, quizás al caballero, “un poco de betún y los dejo como nuevos, mi señor”. No, no, no queremos nada de eso, joven, gracias.
La tía se pone de pie, porque de pronto reconoció al caballero (el jubilado):
- ¿Cómo estás, Alberto?
- Muy bien, Mery, gracias.
A la señorita ya se le habían acercado los tiburones, y le ofrecían algunas rosas, recitándole lindos poemas de amor, pues quedaban como idiotas por su hermosura.
La tía recordó su misión, y espantando a los tiburones, le cogió del brazo a la señorita y la llevó a su lado. Le presentó a Alberto, “era un muy buen amigo de tu madre”.
Mientras que los dos amigos que se habían reencontrado después de años, ya estaban conversando muy amena y galantemente, con la enamorada de Alberto, quien la había dejado de lado, pues se avergonzó un poco cuando encontró a Mery, y le soltó la mano.Quizá la enamorada encuentre un mejor partido en alguno de estos amigos que de seguro no se avergonzarían, si les sucediera lo que le pasó a Alberto, quien miraba de reojo a la jovencita, mientras seguía conversando con Mery y la señorita hermosa.
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