Decidí aplanar calles con mis zapatitos negros, negros como la tristeza que llevaba encima. Esta tristeza que causa tu presencia - que es a la vez ausencia - en mi vida.
Caminaba sola, como de costumbre, deliberando conmigo misma sobre el tema de siempre, es decir, tú, lo que dices, lo que haces y todo tú.
Distraida porque iba concentradísima, casi tropiezo antes de cruzar la pista. Fue cuando escuché una voz mencionar mi nombre, miré al frente, hacia atrás y a los costados, pero no había ningún caminante que yo conociera. "Quizás me pareció", pensé. Y me dispuse a continuar mi camino, pero esa voz me mataba, gritaba mi nombre, esa inconfundible voz pronunciando el nombre que más me gusta. Te vi subido en un taxi, te vi en aquél carrito y te saludé, mientras trataba de seguir caminando, pero dijiste, "sube" (como si me ordenaras). "No te preocupes", respondí muy amablemente (nunca he podido hablarte de otro modo). "sube", volviste a ordenarme, y yo obedecí (como siempre lo he hecho y estoy dispuesta a seguir haciéndolo). Te ofreciste a llevarme a mi casa, casi me regañas por haber estado caminando sola y a altas horas de la noche por la calle. Me encantaba escuchar tus regaños, me fascinaba que te preocuparas tanto por mí. Fue el día más feliz de mi vida, aunque nunca escuché decir lo que quise escuchar, pero es harto conocido que no siempre se puede tener todo lo que uno quiere.
Yo seguiré cerca a ti, aunque nunca lo suficiente, aún así te (per)seguiré, esperando poder ser tu amiga, un día de éstos. No espero más, soy realista, sólo anhelo ser tu amiga, nada más.
Atte., tu admiradora (no tan) secreta.
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