Caminábamos por el centro de la ciudad (como nunca), cual dos locos desubicados, conversábamos sobre ti y sobre mí, y todo era divertido. Nunca te tuve tan cerca. Siempre te observé de lejos, yo me derretía de admiración por ti, pero en ese momento me derretía por tu presencia a mi lado...sí, estabas a mi lado mientras yo moría por dentro. De pronto buscaste mi mano y mi corazón se detuvo y latió al mismo tiempo. ¿Qué hace? me preguntaba a mí misma, sin quejarme mientras mi mano le daba el encuentro a la tuya.
Entramos a un callejón nocturno, mientras me hablabas, me contabas esas historias que me encantan y tu mano tocaba mi cabello, suavemente acariciabas mi rostro, mi mejilla se sonrojaba, y mi corazón y mi alma ya no estaban en mí.
Recuerdo haber entrado a una exposición de arte, mirábamos los cuadros, jugábamos a interpretarlos, tuve tu rostro tan cerca, tu boca sobre mi mejilla, se iba deslizando a ese espacio entre mi mejilla y mis labios, no pude aguantar la tentación y te...te...me desperté. Desperté sola como de costumbre.